Tal día como hoy en el 2019 llegaba por segunda vez a Santiago después de 12 días caminando desde León hasta Santiago de Compostela, unos 300 y algo de kilómetros que día tras día recorres por campos, pueblos y ciudades donde vas encontrando y compartiendo con personas que no conocías pero van haciéndose hueco en tu corazón y que pasado los años sigues manteniendo el contacto con esa gente que se convirtieron en compañeros de fatigas. Personas que siempre tendrás un recuerdo especial de ellos.
Los que me conocéis sabéis que cuando hablo del camino se me iluminan los ojos y es que no es para menos, es una experiencia que pienso que al menos una vez a la vida debería vivirse, aprendes mucho, te das cuenta de cosas, valoras lo más insignificante y aprendes a vivir de otra manera.
Es cierto que hay momentos en los que te preguntas que haces allí en vez de estar disfrutando de unas vacaciones de relax en un hotel con todos los lujos o haciendo km en coche por algún rincón de nuestro país, ¿pero que tendrá el camino que engancha? Pasan horas y días y sigues firme sumando kilómetros a las piernas y descubres que eres más fuerte de lo que pensabas, más valiente de lo que imaginabas.
Tuve la oportunidad de mi segundo camino vivirlo y compartirlo con mi madre, por lo cual fue más especial aún, si hoy lo pudiese repetir cambiaria cosas pero volvería a ello con las mismas ganas e ilusión que me llevo allí y que ella lo disfruto aunque también lo sufrió.
El camino tiene una magia especial que hace que no saldrías de el, será que puedes palpar cosas que en nuestro mundo del día a día brillan por su ausencia, será que el olvidar relojes y agendas nos hace libres, será....
No sé lo que será, solo se que he ido dos veces pero iría 1000 veces más.
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